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Apartado Cultural: La marea de los tiempos XXII

22 octubre, 2025 0 comentarios

La marea de los tiempos XXII


Por Omar López Mato
omarlopezmato@gmail.com

Además de sus cuadros religiosos, en 1793, William Blake (1757-1827) realizó una serie de pinturas sobre la Revolución norteamericana (Las visiones de las hijas de Albión y América: una profecía).

Blake fue el primero en recurrir a exhibiciones individuales para vender sus cuadros, ya que su obra estaba lejos de atraer los favores de un mecenas en una época donde existían serias dificultades económicas en una Inglaterra estancada por las guerras napoleónicas y el bloqueo europeo.

La exhibición de Blake se inauguró en mayo de 1809, en la calle 28 Broad Street. Entre los concurrentes se encontraba Henry Crabb Robinson, un corresponsal del diario Times que escribió un extenso artículo sobre este “artista, poeta y místico religioso” que ponía

obras tan personales al accesos del público a cambio de unas monedas.

Las mejoras en el transporte facilitaron el intercambio comercial, y junto a él llegaron nuevas ideas y pensamientos. El unicato religioso fue perdiendo valor, la multiplicidad ideológica impregnó una sociedad donde la palabra “libertad” inspiraba cambios a los

que cada uno daba un destino diferente. En el arte, este espíritu se reflejó en la cantidad de estilos que tímidamente fueron tomando cuerpo durante el siglo XIX, para estallar en una eclosión multifacética a lo largo del siglo XX, el siglo de los “ismos” (Tendencia innovadora, especialmente en el pensamiento y en el arte).

A fines del siglo XVIII, principios del XIX, el neoclasicismo fue utilizado por los gobiernos monárquicos para exaltar el poder de la oligarquía, homologando a los aristócratas con figuras mitológicas, mientras que el romanticismo exaltó al nacionalismo y las tradiciones míticas y fundacionales de cada país. A su vez, los románticos le prestaron especial atención al orientalismo que curiosamente había llegado antes al teatro que al caballete.

Óperas como Rapto en el Serrallo, Così fan tutte  y Una italiana en Argel apelan al erotismo que despertaba la poligamia musulmana.

El exotismo árabe, redescubierto después de la campaña a Egipto de Napoleón, se difundió rápidamente en los años siguientes a la invasión de Grecia. Los nuevos aires orientales fueron una excelente excusa para desnudar los cuerpos de las mujeres y resaltar la lascivia de los invasores, sumergidos en una atmósfera amenazadora para la cultura occidental. Muerte y erotismo, convertían a los árabes en hedonistas irresponsables.

Eugène Delacroix (1798-1863) denunció la violencia de los musulmanes a través de sus obras, a la vez que resaltaba sus características eróticas. Los cuadros de este artista se convirtieron en orgías de sangre y sexo. La barbarie oriental parecía no tener límites al mostrarla tan brutalmente. Delacroix pretendió empujar a la civilizada Europa a tomar cartas en la guerra de independencia griega. Este país era considerado la cuna de la cultura occidental y su avasallamiento era una afrenta al espíritu europeo. La muerte de Lord Byron durante la contienda, encendió el ardor romántico de los intelectuales y artistas. Estas pinturas fueron su mejor reflejo.

Pasadas las pasiones del enfrentamiento armado, sólo quedó el exotismo oriental y, especialmente, el erotismo que despertaban los cuentos sobre los harenes. La exposición de cuerpos desnudos abandonados al placer excitaban a las mentes occidentales, atadas a cánones sexuales más estrictos, donde toda expresión de sensualidad aparejaba un sentimiento de culpa. Pinturas como El baño turco de Ingres es un ejemplo de esta corriente exótica.

Las visiones de las hijas de Albión • 1793, William Blake • Houghton Library, Universidad de Harvard, Cambridge, Estados Unidos.

El Gran Dragón Rojo y la Mujer revestida en Sol, c. 1805/10 • William Blake, Museo de Brooklyn, New York, Estados Unidos.

La muerte de Sardanápalo • Eugène Delacroix • 1827, Museo del Louvre, París, Francia.

La matanza de Quíos • Eugène Delacroix • 1824, Museo del Louvre, París, Francia.

El baño turco • Jean Auguste Dominique Ingres • 1862, Museo del Louvre, París, Francia.

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