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13 octubre, 2022 0 comentarios

La marea de los tiempos IV


Por Omar López Mato
omarlopezmato@gmail.com

Para dejar constancia de su ortodoxia, los ricos y poderosos que servían a la Iglesia lealmente (o que al menos eso decían) iniciaron la costumbre pictórica de retratarse junto a Jesús, la Virgen, los Santos y los Apóstoles, ya que ellos se creían merecedores de estar a la “diestra del Señor”. A través de estas pinturas, los nobles y la aristocracia pretendían acercarse a Dios, fuente de todo bien y justicia, para disputarle a la Iglesia su poderío terrenal. Esta costumbre vanidosa persiste entre nosotros, aunque hoy en día los ricos y famosos raramente prefieran figurar al lado de un santo.

La Virgen del canciller Rolin (detalle) • Jan van Eyck • 1435 Museo del Louvre, París, Francia.

Uno de los poderosos que así se retrató fue el canciller Nicolás Rolin, quien gobernó con mano de hierro el rico ducado de Borgoña, imponiendo cargas impositivas draconianas a sus súbditos. Éstos no siempre aceptaron las imposiciones y en más de una oportunidad reclamaron la reducción de esta onerosa carga en forma airada. El canciller no dudó en reprimir con violencia impiadosa cualquier insurrección que pusiese en duda su poder. Rolin estaba convencido de las bondades de un Estado poderoso que en los cuarenta años que el canciller estuvo al mando, multiplicó seis veces su espacio territorial.

Esta obra se guarda en el altar de un hospicio que el mismo Rolin había donado. Cuando el rey Luis XI de Francia se enteró que el canciller había entregado dinero para hacer este lugar como albergue de los menesterosos, dijo: “Encuentro apropiado que una persona que ha convertido a tantos ciudadanos en pobres, les provea refugio para aquellos que aún viven”.

Van Eyck puso en plano de igualdad al canciller con la Virgen y el niño. Es más, la figura de Rolin es imponente y transmite una sensación de poder mayor a la frágil jovencita.

De todos los poderosos retratados junto a figuras celestiales, probablemente hayan sido los Médicis quienes con más asiduidad aparecen en obras de este tipo.

La celebración de la epifanía del Señor era el acontecimiento más celebrado en Florencia, justamente, a instancias de los Médicis. Por eso, no resulta extraño que fuesen pintados junto a los Reyes Magos por artistas como Benozzo Gozzoli y Sandro Botticelli.

Izquierda: Procesión del Mago (detalle) • Benozzo Gozzoli • 1459 • Palacio Médici-Riccardi, Firenze, Italia. Derecha: Detalles de esta obra: Arriba: Cosimo Médicis y sus hijos; Abajo: Lorenzo Médicis.

Probablemente Gozzoli haya presenciado la espectacular entrada en Florencia del emperador bizantino Juan VIII Palelogo, en 1439, acompañando a José, el patriarca de la Iglesia ortodoxa para asistir al concilio de Ferrara donde se debía orquestar la campaña contra los turcos. Cosme Medicis logró que este concilio se realizara en Florencia, con el consiguiente beneficio económico para la ciudad. Aunque Juan VIII y el Papa no se pudieron poner de acuerdo, el comercio florentino prosperó y recibió una interesante dosis de exotismo bizantino que se refleja en esta adoración de los reyes. Cuando en 1453 las fuerzas turcas tomaron Constantinopla, muchos de los miembros de la corte oriental buscaron refugio en la ya conocida Florencia. Todo esto aumentó el prestigio de Cosme.

Un cambista enriquecido (valga como eufemismo para no usar la palabra usurero) llamado Gaspare di Zanobi del Lama, le encargó a Botticelli este cuadro a fin de ser retratado adorando al niño Dios junto a los hombres poderosos de Florencia. Sin embargo, la figura que más se destaca del grupo es Cosme
Médicis —el viejo—, el hombre más rico de la ciudad y fundador de la fortuna familiar. El banco de los Médicis tenía sucursales en Brujas, Londres y Roma, y era, sin duda, la entidad financiera más poderosa de Europa. Un año después de haber sido retratado entre los adoradores, Cosme muere, pero en el retablo se encuentra su sucesor, Lorenzo el Magnifico, cuyos rasgos fueron idealizados y sus articulaciones aparentan estar más sanas de lo que eran en ese entonces, devastadas por la gota.

Familia de miopes, su afección ocular los hacía poco propensos a las actividades bélicas. Hubo Papas, comerciantes, mecenas y hasta reinas de esta dinastía que rigió y estímulo
al Renacimiento.

En esta aproximación de ricos y poderosos al Reino de los Cielos no podía estar ausente el mismo artista, quien desde el extremo derecho de la obra nos contempla como diciendo: “Esta maravilla la pinté yo”. Efectivamente, Botticelli había hecho esta y otras maravillas, como El Nacimiento de Venus, primer desnudo del Renacimiento que honraba el amor platónico del artista por la bella Simonetta Vespucci.

Esta obra, donde la poesía clásica y los ideales grecorromanos se unen con el hedonismo, fue prontamente “olvidada” por el artista cuando el dominico fray Girolamo Savonarola sacudió la ciudad de los Médicis con sus sermones. La muerte de Lorenzo el Magnifico, en 1492, sumergió a Florencia en una profunda crisis política y el gobierno de la ciudad cayó en manos de quienes promovían una república popular, que le permitió a Savonarola imponer sus criterios incendiarios.

La lujuria, la glotonería y el despilfarro frívolo de los Médicis debían ser reemplazados por la penitencia y la meditación. En Florencia se sucedieron las procesiones expiatorias donde se quemaban las obras reñidas con la moral de los nuevos tiempos. Eran célebres las “hogueras de vanidades”. La prédica de Savonarola contra el lujo, la usura, los excesos carnales y la corrupción de la Iglesia le ganó muchos seguidores y, a su vez, poderosos enemigos.

Botticelli adhirió a la prédica de Savonarola y formó parte de las procesiones incendiarias donde se mostró “arrepentido” por la frivolidad de sus obras de juventud (cuidadosamente escondidas en una villa a las afueras de Florencia para su preservación).

Izquierda: La Adoración de los Reyes Magos • Sandro Boticellli •1475 • Galería Uffizi, Florencia, Italia. Derecha: Detalle de esta obra: Autorretrato de Boticelli.

Este furor moralizante llegó a su fin cuando Savonarola se rehusó a asistir al Papa Alejandro VI en la Santa Liga para que Florencia peleara a favor de los franceses. En retaliación, el Papa lo excomulgó y lo sometió a juicio por herejía. Este predicador que había profetizado el fin de la tiranía, fue condenado a la muerte en la hoguera y sus cenizas arrojadas al Arno, para evitar así, toda adoración póstuma de sus restos.

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