Durante la Pandemia
Misógino, conflictivo, talentoso, artista, hombre de fortuna, coleccionista de arte, voyeurista y solterón empedernido. Eso y muchas cosas más podrían decirse de Hilaire-Germain-Edgar de Gas (1837 – 1917) el mayor de los cinco hijos del matrimonio de Augustin de Gas y Célestine Musson.
Augustin era un poderoso banquero que debió hacerse cargo de la formación de sus hijos cuando su esposa Célestine muere a temprana edad. Desde joven, Edgar se mostraba aventajado como estudiantes de la Escuela de Bellas Artes, donde fue galardonado con el premio Roma, ciudad donde conoció a los clásicos de primera mano. Pero no fue hasta conocer a Manet -cuando copiaban un cuadro de Velázquez en el Museo de Louvreque Degas abandona el estilo neoclásico y busca nuevos horizontes como le sugiere Manet. Desde entonces sus líneas se esfuman, su arte se hace más impreciso. Este cambio coincidió con la aparición de un deterioro visual al momento del conflicto franco-prusiano en donde Degas debía realizar sus prácticas de tiro. Entonces percibió que no veía el blanco con su ojo izquierdo, un escotoma central obstaculizaba su visión.
Estaba convencido que las penurias sufridas durante la campaña de guerra, el frío y el sol habían agravado sus problemas visuales. Desde entonces no volvería a pintar al aire libre, ni aun en sus viajes para visitar a sus hermanos instalados en New Orleans (su madre era oriunda de esa ciudad). Pero fue allí donde conoció a su prima y cuñada, Estelle Musson de Gas, quien a los 32 años ya no podía manejarse por sus propios medios. Los médicos la habían diagnosticado con “Oftalmía” , término amplio, inespecífico, típica terminología que se usaba para ocultar la ignorancia. Degas nunca le perdonó a su hermano haberse divorciado de su prima en estas condiciones.
Edgar volvió de Norteamérica impresionado por Estelle. Sin embargo, dentro de él llevaba una secreta convicción respecto a sus problemas visuales; temía que estos se agravarán con el tiempo “llevándolo al bando de los ciegos”.
Si bien no se conservan los archivos de los oftalmólogos que lo trataron, sus cartas ofrecen claves confusas sobre el origen de su problema. Degas era un hombre de fortuna, no solo por su herencia, sino también por el éxito de ventas de sus cuadros. Consultó a los más encumbrados profesionales de su época, entre ellos Maurice Perrin (que llegó a ser General del servicio médico del ejército francés) y Edmond Landolt, el fundador de los Archives d’Ophtalmologie y el creador de los optotipos (los signos que se usan en los carteles para tomar la visión) que llevan su nombre. Landolt le prescribió unos anteojos con una ranura en el centro llamados estenopeicos (que aún se conservan), muy en boga en ese momento por las apreciaciones de un destacado oftalmólogo alemán, el Dr. Liebreich.
Degas intentó utilizar estos lentes pero los encontró muy molestos y poco útiles para su trabajo. Hacia 1870 perdió la visión central del ojo derecho. A partir de entonces su ojo izquierdo fue deteriorándose paulatinamente. Su amigo, Maurice Denis comentó que padecía “Corioretinitis”, un nombre que hoy en día se reserva para las inflamaciones intraoculares de origen infeccioso, pero que en ese entonces abarcaba una gama más amplia de patologías.
De igual forma, la falta de signos de congestión ocular que se aprecia en sus imágenes y retratos, nos orienta a pensar que debió haber sido un problema en la retina, lo que explicaría su fotofobia y su dificultad en distinguir colores. Las aberraciones cromáticas de las afecciones retinales obligan al paciente a usar colores más saturados para diferenciarlos. Así, Degas fue cambiando su paleta hacia colores más intensos, especialmente el rojo. Esto también explicaría que haya preferido la utilización de pasteles a la pintura al óleo, más difícil de manejar para quien padece una discromatopía.
La pérdida progresiva en la discriminación de los objetos son propios de afecciones maculares, probablemente una maculopatía congénita, si tomamos en cuenta el antecedente familiar y la edad donde iniciaron los síntomas. Esto condujo a una progresiva pérdida en la definición de las líneas, con trazos más groseros e imprecisos. Con los años, confió más en su tacto para discernir las formas y se volcó a la escultura, con excelentes resultados. Confiaba tanto en su percepción táctil que durante una exposición, Degas casi ciego, pasaba sus manos sobre la pintura diciendo “Yo puedo encontrar algo en estos cuadros que conozco”.
Un aspecto menos conocido era su entusiasmo por la pintura erótica que cultivó en secreto, quizás para dar vuelo a su vocación de voyerista. Al morir, sus sobrinos destruyeron doscientos dibujos que consideraban pornográficos.
Degas habitaba un petit hotel, entre cuadros, dibujos, sillas, modelos y caballetes en un desorden bañado por el polvo. Su tiránica ama de llaves Zoe, se encargaba de desplazarse de un lado al otro con su plumero. Nunca se le conoció pareja, mujer o siquiera una aventura, aunque su vida haya transcurrido en un medio extremadamente liberal. Su amistad con la pintora norteamericana Mary Cassatt fue lo más parecido a un romance platónico.
Como todo enfermo crónico, encontró en su enfermedad un beneficio secundario a su afección, una excusa que le permitía escabullirse de situaciones que le resultaban odiosas o particularmente molestas. Cuentan que durante una cena se tocó el espinoso tema del caso Dreyfus, el capitán judío acusado de espionaje, que dividió la sociedad francesa por más de diez años y terminó con el memorable «J’accuse…!» de Zola. Cuando las palabras se volvieron ríspidas, Degas comenzó a quejarse de sus ojos, del dolor en sus ojos, que se acentuó al extremo. Fue entonces cuando el pintor casi ciego sacó su reloj de bolsillo y exclamó: “Que tarde se ha hecho, son las nueve y treinta y cinco…”, y sin más, partió sin despedirse, para ir a una casa vacía en la que solo sus bailarinas de colores lo esperaban para soñar.
Murió el 27 de septiembre de 1917.