LA MAREA DE LOS TIEMPOS IX
Por Dr. Omar López Mato
Hacia el siglo XVI, el mundo estaba envuelto en guerras de dominación, en enfrentamientos religiosos y en contiendas económicas. Hemos visto cómo la lucha entre protestantes y católicos dejó su impronta artística pero, curiosamente, las guerras contra los musulmanes (una temible amenaza para la Europa católica) no inspiraron cuadros sobresalientes entre los artistas de la época.
La Batalla de Lepanto y el Sitio de Viena, fueron los puntos culmines de este conflicto que se remontaba al tiempo de las cruzadas. Después de Lepanto, el poder naval de los musulmanes se deterioró y la enérgica represión de los piratas de la Berbería restableció la seguridad para las flotas cristianas que navegaban el Mediterráneo.
El Greco, recién llegado a España, intentó reflejar la importancia de la Batalla de Lepanto para ganar los favores del rey Felipe II. La obra La adoración del nombre de Jesús consagra al bando ganador accediendo a la bendición de Dios; entre ellos, está el dux de Venecia, el Papa Pío V y, por supuesto, el emperador español (siempre vestido de negro). Atrás, los turcos vencidos se dirigen a los infiernos mientras los soldados cristianos celebran la victoria junto a los ángeles. El cuadro no fue del agrado de Felipe, y el Greco debió buscar otro mecenas para ganarse la vida.
Adoración del nombre de Jesús (conocido como Alegoría de la Liga Santa y El sueño de Felipe II) • El Greco • 1577 Monasterio de El Escorial, Madrid, España.
Para realizar esta obra, el Greco se basó en el texto de las Cartas a los Filipos (2:9-11). “Ante el nombre de Cristo todos se inclinan”, un contundente mensaje político. Ángeles, reyes y soldados se inclinaban ante la imagen divina simbolizada por el JHS, es decir: “Jesús hombre Salvador”.
La veneración de este símbolo fue popularizada en el siglo XV por San Bernardino de Siena y, posteriormente, adoptado por la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola en 1534. Justamente, los jesuitas derivan su nombre de un acróstico originado en Jesum Habemus Socium ( Jesús es nuestra compañía), y se convirtieron en los más perseverantes conductores de la Contrarreforma.
Las pinturas religiosas no podían permanecer ajenas a esta guerra de conciencias, y en las obras piadosas de artistas como Murillo, la Virgen es retratada sobre una media luna, símbolo inequívoco de la superioridad de Occidente sobre los sacrílegos musulmanes. La Virgen está del lado del cristianismo, expresa el artista, mientras un querubín estrella la cabeza de una serpiente, eterno símbolo del mal.
Inmaculada de Soult • Bartolomé Esteban Murillo •1678
Museo del Prado, Madrid, España.
“La guerra siempre encuentra su camino”, escribió Bertold Brecht en Madre coraje, y las guerras son la consecuencia a veces deseada, a veces inevitable, de los actos políticos.
El registro pictórico de batallas siempre ha sido de utilidad para aludir al destino de grandeza de una nación. En ellas habían luchado los próceres de la patria y en combate habían dado su vida. Estos hombres debían ser recordados y homenajeados como héroes… aunque la verdad fuese menos épica.
Escena 1: “Eduardo el Confesor da instrucciones a Harold el Sajón” Tapiz de Bayeux • 1066 Museo de La Tapisserie, Bayeux, Normandía., Francia
La más importante iconografía bélica de Occidente fue el Tapiz de Bayeux realizado en 1066 para conmemorar la victoria de Guillermo el Conquistador, en la Batalla de Hastings. Esta fue la última conquista de Inglaterra por un invasor extranjero. Este tapiz de 50 centímetros de ancho por 70 metros de largo muestra detalladamente los aprestos y la ejecución de la batalla, que finaliza cuando una flecha atraviesa el ojo de Harold, el rey sajón y los normandos logran imponerse como amos de la isla. Curiosamente tanto Napoleón como Hitler, ambos empeñados en invadir Inglaterra, estudiaron detenidamente el tapiz, promoviéndolo entre sus pueblos para contagiar el entusiasmo que alguna vez había embargado el espíritu de los normandos. De más está decir que ninguno fue exitoso.