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SBAO-Del positivismo a la teoría del caos

22 julio, 2014 0 comentarios

Del positivismo a
la teoría del caos



Autor
Gilmar de Melo Mendes
Doctor en Administración de Empresas y Economía,
Profesor de Estrategia y Finanzas de la Fundação Dom Cabral (FDC)


El término «paradigma» (del griego parádeigna: modelo, patrón, ejemplo), como concepto en el ámbito de las ciencias, es una realización científica reconocida universalmente que, durante un cierto período, aporta modelos de problemas y soluciones para la comunidad de practicantes de la ciencia. No es, por lo tanto, una teoría, sino más bien una estructura que genera teorías. La aceptación de dichas estructuras del pensamiento y el compromiso con ellas se tansforman, consecuentemente, en un requisito para la práctica científica.

De esta manera, el paradigma cartesiano-newtoniano sirvió de inspiración para el desarrollo de la ciencia basada en las leyes y concepciones mecanicistas, deterministas y racionales, y respaldó, consecuentemente, el progreso científico-tecnológico. Por este motivo, el siglo XVIII es conocido como el Siglo de las Luces o la Ilustración.

A comienzos del siglo XIX, la confianza en el progreso se transformó en euforia, lo que sirvió de base para el Positivismo de A. Comte, el proponente de la ley de los tres estados, mediante la cual explica que el desarrollo del conocimiento humano habría recorrido tres fases distintas: la teológica (de «infancia» de la humanidad), la metafísica (de transición, caracterizada por el espíritu crítico al dogmatismo) y, finalmente, la positiva (de madurez definitiva, por la consolidación de la ciencia).

De esta manera, la sociología positivista se divide en estática (orden: la causa) y dinámica (progreso: el efecto), según la creencia de que la civilización siempre se dirige a lo “positivo” (lo ideal del progreso científico-tecnológico), apoyada en un orden determinante para la existencia social.

Es en ese contexto que el determinismo, la simplicidad y la objetividad caracterizan a la ciencia e inducen a una forma de pensar el mundo, más alejada de la complejidad humana.

Fue solamente durante las tres primeras décadas del siglo XX que se comenzó a cuestionar la validez universal del paradigma cartesiano-newtoniano, cuando Max Planck inicia la era de la mecánica cuántica con su revolucionaria teoría de los cuantos. La mecánica cuántica es una teoría probabilística, o sea, las variables que eran bien determinadas en la mecánica clásica se sustituyen por distribuiciones de probabilidades.

Ahora bien, la probabilidad es un concepto filosófico y matemático que permite la cuantificación de la incertidumbre. Es lo que hace posible hacer frente de forma racional a problemas que implican lo imprevisible.

Entonces, lo imprevisible pasa a ser una condición que la ciencia acepta y la aproxima de la realidad observada. Por consiguiente, en ese entorno más complejo, se puede abordar la teoría del caos como una de las representaciones más próximas de nuestra realidad actual revestida de imprevisibilidad.

La teoría del caos se basa en la no linealidad del comportamiento de los fenómenos. Elimina el control de causa y efecto del fenómeno y nos coloca en una condición de relativa incomodidad exactamente porque el orden se ve afectado por un desorden sin control de lo que será ese nuevo orden.

La relación entre orden-desorden-orden se puede ejemplificar de la siguiente manera: imagínese un estadio de fútbol repleto en el que ocurre un disturbio provocado por una pelea entre algunos hinchas. Considere que esa pelea se puede controlar y que el partido pueda continuar normalmente. Por otro lado, considere que esa pelea se prolongue y que no se sepa más si el partido va a seguir o si habrá heridos, muertos ni cuántos serán. Se instalará un nuevo orden, pero no se sabrá cuál. Esta segunda hipótesis es la más cercana a la teoría del caos.

Es en este contexto que el ambiente que involucra las empresas, o entorno, está más cercano a la teoría del caos. Un ejemplo de ello son las crisis económicas que comienzan en un mercado específico y se desarrollan de forma caótica y no lineal en los demás mercados con consecuencias de difícil precisión, justamente debido al comportamiento humano ante la incertidumbre.

Por consiguiente, en ese ambiente de incertidumbres, la perspectiva de una ciencia más próxima a la complejidad de la naturaleza y del comportamiento humano es muy bienvenida. En ese sentido, creo que Edgar Morin consigue objetivar a la ciencia cuando afirma: «El objetivo del conocimiento no es descubrir el secreto del mundo. El objetivo es dialogar con el misterio del mundo».

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