La marea de los tiempos XI
Por Omar López Mato
omarlopezmato@gmail.com
La rendición de Breda (conocida como Las lanzas) •
Diego Velázquez • 1634
Museo del Prado, Madrid, España.
Para mediados del siglo XVII, la guerra entre españoles y holandeses se había extendido a lo largo de ochenta años, y las posiciones se habían radicalizado. Por un lado, los peninsulares trataban de imponerse, no sólo por la fuerza sino a través de la religión. La Inquisición daba nuevos bríos a la represión, abundando en excesos.
En contraposición, los holandeses, agrupados bajo el liderazgo de Mauricio de Nassau, príncipe de Orange, abrazaron el protestantismo.
Los Orange habían tomado la Fortaleza de Breda y pudieron mantenerla a lo largo de doce años gracias a la tregua establecida entre las partes. Pero en 1621, con el ascenso de Felipe IV al trono de España, esta paz expiró. Un general genovés, Ambrosio Spínola, comandaba al ejército español que puso sitio a Breda, ciudad defendida por Justino de Nassau. Spínola ejerció con maestría el arte de aislar al enemigo, llegando incluso a negar tierras vecinas a la ciudad para evitar la llegada de refuerzos. Mientras intentaba rescatar a Breda del asedio, murió el príncipe Mauricio de Orange-Nassau. Este duro golpe, más las perspectivas de un prolongado sitio con todo el desgaste que esto implicaba, obligó a su hermano Justino de Nassau a capitular frente a Spínola.
El genovés se mostró magnánimo con los derrotados, permitiendo que las fuerzas holandesas salieran de la fortaleza con sus banderas en alto. Este fue el momento elegido por Velázquez para inmortalizar a ambos generales. El vencedor y el vencido se encuentran, obsequiando gestos de mutuo reconocimiento. Velázquez, inspirado en una obra de Calderón de la Barca, nos da a entender que esta fue una guerra entre caballeros. Los generales se han apeado de sus caballos (en símbolo de igualdad) y dialogaron amistosamente. Justino Nassau, vestido con un traje de piel, lleva las llaves de la ciudad y parece inclinarse ante el general genovés, quien amablemente impide
a su contrincante humillarse.
Sin embargo, Velázquez no deja dudas sobre quién es el vencedor, lo pinta a Spínola con armadura pavonada y el bastón de mando en la mano. Los victoriosos oficiales españoles se quitan el sombrero respetuosamente, mientras las lanzas se alzan amenazantes como demostración de poder y disciplina.
Las lanzas es un autorretrato de España, que se ve a sí misma valiente, noble, y magnánima con los vencidos, aunque, a su vez, sobre el fondo se erige el paisaje devastado, una advertencia del Imperio que muestra estar dispuesto a todo para imponerse, aunque en la tela apenas unas sutilezas diferencien al vencido del vencedor.
Las lanzas se convierten en un canto a la hidalguía del caballero español que Brueghel no había conocido un siglo antes, cuando la guerra recién comenzaba con inusitada violencia.
La rendición de Breda fue pintada diez años después de la caída de la ciudad holandesa para decorar el nuevo palacio construido por Felipe IV. Esta ostentación suena a ironía. El Imperio colapsaba bajo los costos que le impedía mantener sus ejércitos pero sí construir ostentosos palacios… Al mismo Velázquez, el rey le debía cuatro años de paga; por esto no resulta extraño que a pesar del espacio reservado para su firma, el artista jamás rubricó este lienzo que se encuentra entre sus obras más célebres.