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LA MAREA DE LOS TIEMPOS VIII

21 junio, 2023 0 comentarios

LA MAREA DE LOS TIEMPOS VIII

Por Dr. Omar López Mato

El mundo del siglo XVI se hallaba dominado por el Imperio español, que se extendía por medio mundo conocido. Al hablar de Felipe II no podemos evitar hacer referencia a los cuadros de Pieter Brueghel y sus hijos, a quienes les tocó vivir los años de lucha contra el sometimiento hispano de los Países Bajos.

Un cuadro tan inocente como Censo en Belén refleja en los pequeños detalles los cambios políticos que se estaban produciendo en la sociedad. La llegada del niño Jesús a un país dominado por los peninsulares (el ave bicéfalo de los Habsburgo a las puertas del edificio donde se realiza el censo, equipara al Imperio Español con el Imperio Romano), es de por sí un mensaje sobre el sometimiento al que estaban sujetos los súbditos de los Países Bajos. Belén no es un pueblo en la desértica Galilea sino una ciudad holandesa del siglo XVI donde se trabaja y se educa a los jóvenes. La aparición de la imprenta había permitido que los textos bíblicos estuviesen al alcance de todos. Lutero, Calvino y los demás predicadores del protestantismo pro- pugnaban la lectura y la interpretación personal de los textos sagrados. De allí que la Reforma implica educación, y los Países Bajos eran el mejor ejemplo de este cambio en las condiciones educativas.

El año 1566 fue especialmente difícil para la Iglesia católica en los Países Bajos, los calvinistas habían atacado los templos y conventos con un furor iconoclástico. Felipe II no estaba en condiciones de tolerar esta presión de los protestantes y reemplazó a Margarita de Parma como regente de sus dominios en los Países Bajos por el más rígido duque de Alba, a quien no le tembló el pulso para reprimir toda insurrección. El duque no sólo sometió al pueblo flamenco, además lo presionó con impuestos. Los Países Bajos, a pesar de su ínfima proporción dentro del Imperio donde nunca se ponía el sol, generaban casi la mitad de los impuestos que percibía Felipe II y cuatro veces más que lo recolectado en toda España. Como los hidalgos españoles y la Iglesia no pagaban impuestos, la carga del tesoro caía en los países sometidos como lo eran los Países Bajos. Por ejemplo en Burgos, España, de las 3319 personas en condiciones de abonar impuestos, 1722 eran hidalgos y 1023 clérigos; solo quedaban 574 contribuyentes al fisco y éstos eran poco proclives a trabajar porque toda tarea manual era mal vista por los señores peninsulares.

Esta situación de opresión económica desembocó en las largas guerras que asolaron al país, reflejadas en la obra de Brueghel,

Dulle Griet, también conocida como Mad Meg o Meg la loca, un personaje popular del folklore holandés, una mujer que conduce un ejército de guerreras dedicadas al pillaje y la destrucción, atacando al demonio en las mismísimas puertas del Infierno.

La obra, repleta de seres caricaturescos y terroríficos, a la vez, sigue la mejor tradición del Bosco, quien pintaba “aquello que no puede ser pintado”, como decía el mismo Brueghel, con una intención didáctica. Dulle Griet era sinónimo del mal de los tiempos que se vivían.

Griet pertenece al folklore holandés y, a su vez, había inspirado una frase popular: “Una mujer es un escándalo, dos ocasionarán muchos problemas, tres un mercado, cuatro una pelea, cinco un ejército y contra seis ni el Diablo tiene armas”. Para no dejar dudas de la suerte que correría el Maligno, Brueghel pintó más de una docena de doncellas guerreras…

La suerte posterior de esta obra la convierte en una metáfora de la rapiña que refleja; el cuadro fue adquirido por el emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano, pero, a su vez, fue robada por los suecos en 1648. Dulle Griet permaneció extraviada, hasta que salió a remate en Estocolmo en 1800. Pasó de mano en mano por distintos propietarios que desconocían su origen hasta que fue adquirida en 1897 por el coleccionista Van den Bergh, quien pagó por ella una suma irrisoria. Van den Bergh reconoció su origen y, desde entonces, Dulle Griet se ha convertido en la expresión vívida de la violencia desatada.

Brueghel tenía, al igual que el Bosco, una percepción apocalíptica de los tiempos que le tocaba vivir, y para él la ciudad de Amberes era la nueva Babel, la ciudad con más habitantes de Europa, receptora del nuevo comercio que llegaba de Asia y América.

Los marinos venían de todo el mundo y en sus calles se oía hablar español, flamenco, portugués, francés, italiano, los dialectos alemanes y una infinidad de lenguas, al igual que en la antigua Babel. A esta dispersión idiomática había que sumarle las de culto: católicos, luteranos, anabaptistas, calvinistas y anglicanos se paseaban por las calles de la ciudad.

A medida que las diferencias se hicieron más notables, la persecución religiosa no se hizo esperar y Brueghel debió huir de esta nueva Babel por sus opiniones teológicas.

Una razón por la que Brueghel pintó esta obra en 1563 fue que ese año se comenzó a edificar cerca de Madrid el Palacio del Escorial; una demostración de poder de los españoles que dominaban los Países Bajos. ¿Acaso el Escorial era una nueva Ba- bel? De ninguna forma se podía decir que el piadoso rey Felipe desafiase a Dios como lo había hecho Nemrod al construir la Torre. No, no era esa su intención, solo pretendía mostrar al mundo la fuerza del Imperio Español. Pero no tuvo suerte: el desastre de la Gran Armada, los conflictos con los protestan- tes, las enormes deudas que llevaron a sucesivas crisis económicas y la incapacidad de sus herederos, condujeron al progresivo colapso del Imperio.

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