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Apartado Cultural: La marea de los tiempos XXI

25 agosto, 2025 0 comentarios

La marea de los tiempos XXI


Por Omar López Mato
omarlopezmato@gmail.com

En la obra de William Hogarth (1697-1764), artista satírico que pintaba con tono burlón “las costumbres morales modernas”, se aprecia su ironía descarnada. Lector de Jonathan Swift, volcó en sus grabados una crítica a la hipocresía que, a su criterio, reinaba en todas las clases sociales. Justamente sus grabados fueron copiados en toda Europa, sin que Hogarth lograse cobrar sus derechos de autor, pero sí pudo hacer fortuna gracias a su habilidad como retratista. El actor David Garrick le pagó 200 libras por su retrato, una suma más que interesante para la época. Las primeras obras de Hogarth satirizaban a la sociedad inglesa en tiempos de la debacle económica ocasionada por el quiebre de la empresa del Mar del Sur, el estallido de una de las grandes burbujas económicas de los tiempos modernos que le hizo perder a sir Isaac Newton 20.000 libras. No sin ironía, el sabio, ante esta desavenencia comentó que él podía predecir el camino de las estrellas pero no las volubles decisiones de los hombres.

La carrera de una prostituta, La vida de un libertino, Marriage a la mode, La laboriosidad y la pereza, son algunas obras de una serie de grabados donde dibuja escenas de la vida diaria con una ironía lindante con la sátira social gracias a su dibujo casi caricaturesco, como se ve también en su obra Las elecciones Parlamentarias de 1754.

Inglaterra estaba pasando por un momento muy especial de su historia. Guillermo III, un rey de origen holandés, no se llevaba muy bien con sus súbditos británicos. No era para menos, lo habían privado de algunos de sus poderes a través del Bill Act, una legislación que lo reducía a una figura decorativa. De esta forma, el Parlamento se convertía en el árbitro de la política del Imperio.

En esos tiempos solo votaban los dueños de la tierra, —para ser más precisos, apenas 16.000 personas lo hicieron en el año 1754—. El Parlamento era la expresión de los terratenientes.

Ni los industriales, ni los comerciantes votaban, solo los dueños de la tierra, de allí la expresión de Robert Walpole (destacado político inglés que ocupó el poder durante casi 21 años): “Cada hombre en la Casa de los Comunes tiene su precio”. El soborno era la más práctica de las políticas.

Lord Chesterfield cuenta que, para acceder a un escaño, era necesario hacer una considerable inversión en propaganda a fin de ganar los favores del público. Se estimaba que llegar al Parlamento costaba no menos de 6.000£ de entonces (algo así como un millón de dólares hoy). A los ojos del artista, estas campañas tomaban ribetes tragicómicos, cuando no grotescos (el que suscribe opina que mucho no han cambiado las cosas desde entonces).

Esta obra registra un bizarro conjunto donde se ve al joven candidato que recibe efusivos besos de una simpatizante de aspecto poco agraciado, mientras pone cara de resignación. A su lado, una jovencita estudia cuidadosamente el anillo que pretende robarle al candidato. En el centro hay dos imbéciles y un predicador que cae en el pecado de la gula mientras pierde su peluca a manos de los músicos. —al parecer, están algo bebidos—. Los músicos se encargaban de alegrar los mítines políticos con algunos jingles compuestos para la ocasión, una práctica que aún persiste en nuestros días.

Al extremo de la mesa, el gran señor (¿otro candidato?) se ha empachado comiendo ostras. El médico, a su lado, intenta una flebotomía para bajar la presión del pletórico caballero quien, seguramente, ha puesto buen dinero para acceder al escaño parlamentario. Vaya uno a saber si sobrevivirá al atracón.

Parece no ser el único que necesita asistencia médica, porque uno de los oficiales de justicia ha recibido un ladrillazo en la cabeza, mientras un soldado (justo al medio) cura sus heridas con punch, tomando del gran recipiente de donde todos han bebido en abundancia.

Por la ventana del fondo se ve pasar una manifestación. Uno de los que desfila porta un cartel inquietante, “No jews”, un voto en contra del libre acceso a Inglaterra de los israelitas.

Kenneth Galbraith afirmaba que “la política no es el arte de lo posible sino la elección entre el desastre y lo intragable”. Al parecer, entre estos candidatos (y en muchos de los que hemos conocido a lo largo de nuestra vida cívica) coexisten ambas opciones.

Para fines del siglo XVIII la pintura se había secularizado. La difusión de cuadros, láminas y grabados le había otorgado a la iconografía un valor que estaba al alcance económico de la creciente burguesía, especialmente en Inglaterra donde Allan Ramsay, George Rommey, Thomas Gainsborough, Sir Joshua Reynolds, Angelica Kauffman, y el mismo Hogarth eternizaron los rostros de los miembros de esta pujante sociedad inspirada en los principios del libre comercio y la competencia (no siempre leal) promovida por la filosofía liberal.

El republicanismo británico propuso un nuevo uso cívico de las artes. En 1753 se fundó The Society for the Encouragement Arts, Commerce and Manufacture. Esta sociedad ambicionaba prolongar el estrecho mundillo de las bellas artes para extenderlo a los objetos comerciales y de la vida diaria.

En 1777 los reformistas ingleses veían con simpatía la rebelión americana. Entre ellos se encontraba William Blake, amigo del revoltoso Thomas Paine (promotor del liberalismo y de la democracia, autor del libro Sentido Común).

Entretenimiento de elección • William Hogarth • 1755  Museo de Sir John Soane, Londres, Inglaterra.

Entretenimiento de elección • William Hogarth • 1755

Museo de Sir John Soane, Londres, Inglaterra.

Detalles de la obra Entretenimiento de elección • William Hogarth • 1755

Detalles de la obra Entretenimiento de elección • William Hogarth • 1755

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