La pintura religiosa dominó el panorama artístico del siglo xiv y xv. La obra La adoración del Cordero Pascual es la obra más importante de los hermanos Hubert y Jan van Eyck. De gran tamaño (134 x 237 cm) consta de veinte representaciones en doce paneles que ilustran varios pasajes bíblicos desde Adán y Eva hasta esta adoración del Cordero Pascual, basada en un texto del
Apocalipsis (21,2–21,23). “La ciudad (Jerusalén) no necesita ni del sol ni de la luna para ser alumbrada, porque la gloria de Dios la iluminará y su flama es el Cordero”.
La adoración del Cordero Pascual • Hubert y Jan van Eyck • 1432 Catedral de San Bavón, Gante, Bélgica.
En 1189, un pobre campesino llamado Gottshark tuvo la visión de una ciudad santa, concebida como una promesa de mejores tiempos, cuando el Bien reinara entre los hombres. Inspirado en esta descripción fue que los van Eyck pintaron la “Ciudad de Dios” como una urbe moderna. La paloma del Espíritu Santo desciende sobre el Cordero de Dios (que quita los pecados del mundo) y la fuente de la Vida Eterna. Hacia allí convergen cuatro grupos: santos, mártires, hombres y mujeres dispuestos a adorarlos.
Nos vamos a detener en el grupo de abajo y a la derecha, donde se destaca la jerarquía eclesiástica ricamente ataviada. Entre ellos, podemos observar papas y antipapas. En el centro está Alejandro V, elegido en el Concilio de Pisa en 1409. Dos antipapas disputaron su jerarquía hasta la muerte de Alejandro un año más tarde. El antipapa Gregorio XII se encuentra atrás de Alejandro y el nuevo Papa Martín V está por delante de ellos, sosteniendo una Biblia.
El mismo año en que Jan van Eyck daba las pinceladas finales a este óleo sobre madera (su hermano Hubert ya había muerto), se reunía en Basilea un nuevo Concilio que elegiría a otro Antipapa. Este episodio marcó el final del orden medieval, cuando la Iglesia perdió su hegemonía y las veleidades de los hombres y sus ansias de poder terrenal sembraron de incertidumbre los actos humanos, que van Dyck intentó conjurar sometiendo al mundo a un orden celestial idílico, centrado en este Cordero Pascual.
Sin embargo, la historia posterior de este políptico se convirtió en un ejemplo más de la falta de certeza que rodea el accionar de los hombres. En 1566, la obra debió ser escondida de una turba de iconoclastas protestantes que arrasaron con todo aquello que reflejara el lujo en el que vivía la jerarquía eclesiástica. En 1781, el emperador de Austria, José II, retiró las imágenes desnudas de Adán y Eva por considerarlas impúdicas. En 1794, los revolucionarios franceses se llevaron la obra a Francia, pero a la caída del primer Imperio, el mariscal Gerhard Leberecht von Blücher las devolvió a Gantes. En 1821, partes del políptico fueron vendidas y llevadas a Berlín, y allí permanecieron casi un siglo hasta el Tratado de Versalles. Recién en 1921 el retablo fue restituido a su versión original. En 1942, los nazis lo llevaron a Alemania y permaneció en una mina austríaca hasta 1946, cuando el ejército norteamericano lo rescató y restituyó a San Bavón, donde aún permanece, aunque nadie pueda afirmar con certeza que allí estará hasta el fin de los tiempos.
La Pesca Milagrosa • Konrad Witz • 1444 Museo de Arte e Historia de Ginebra, Suiza.
A orillas del lago de Ginebra, más específicamente donde nace el Ródano, con el monte Dole y la cadena del Monte Blanco de fondo, se lo ve a Jesús hablando a sus apóstoles, invitándolos a echar una vez más las redes en un día en que la pesca había sido particularmente decepcionante. Los apóstoles obedecen y son premiados con una captura excepcional. Pedro, emocionado por el milagro, se lanza a caminar sobre las aguas y termina hundiéndose. Esta obra fue pintada al mismo tiempo que los obispos, reunidos en Basilea, partían hacia Ferrara y Florencia, donde decidieron destituir al Papa romano y elegir al duque Amadeo de Saboya como su sucesor. Éste ascendió al trono de San Pedro con el nombre de Amadeus VIII. Justamente, Witz eligió los rasgos de Amadeo para representar a un San Pedro dubitativo. Cuando Pedro se hunde, Cristo le dirige las célebres palabras recogidas en el Evangelio de San Juan: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
Con el Cisma, todo el rígido esquema de la Iglesia se tambaleó, ¿quién tenía más poder, el Concilio o el Papa? Pedro era la piedra de la Iglesia y así había sido ungido por Jesús, pero esto no implicaba mayor poder de decisión sobre los demás prelados.
Konrad Witz, al retratar a Amadeo como San Pedro, en ese momento de duda, daba a entender que la piedra de la Iglesia no siempre tendría la última palabra.
Ante esa incertidumbre que estremecía los cimientos de la religión y de toda la sociedad, era menester mantener la calma y enviar a la grey católica un claro mensaje: Los justos ascenderán a los cielos y los pecadores merecerán el infierno.
Infinidad de artistas han plasmado hasta nuestros tiempos su idea de los castigos celestiales. No en vano en la Divina Comedia, Dante recorre los siete círculos señalando a los personajes destacados de su tiempo que gozaban de las mieles del Paraíso o los terrores del Averno, a los que Alighieri (y no un juez celestial) había condenado.
La Iglesia consagró los castigos y recompensas que se convirtieron en reguladores sociales. Ver el sufrimiento de aquellos que no cumplían con los preceptos bíblicos era una sanción ejemplificadora que inspiraba la cautela necesaria para continuar el camino impuesto por el Vaticano.
Para dejar constancia de su ortodoxia, los ricos y poderosos que servían a la Iglesia lealmente (o que al menos eso creían) iniciaron la costumbre pictórica de retratarse junto a Jesús, la Virgen, los Santos y los Apóstoles, ya que ellos se creían merecedores de estar a la “diestra del Señor”. A través de estas pinturas, los nobles y la aristocracia pretendían acercarse a Dios, fuente de todo bien y justicia, para disputarle a la Iglesia su poderío terrenal. Esta costumbre vanidosa persiste entre nosotros, aunque hoy en día los ricos y famosos raramente prefieran figurar al lado de un santo.
La Virgen del canciller Rolin (detalle) • Jan van Eyck • 1435 Museo del Louvre, París, Francia.
Uno de los poderosos que así se retrataron fue el canciller Nicolás Rolin, quien gobernó con mano de hierro el rico ducado de Borgoña, imponiendo cargas impositivas draconianas a sus súbditos. Éstos no siempre aceptaron las imposiciones y más de una vez reclamaron la reducción de esta onerosa carga en forma airada. El canciller no dudó en reprimir con violencia cualquier insurrección que pusiese en duda su poder. Rolin estaba convencido de las bondades de un Estado poderoso que extraía los recursos de sus habitantes en beneficio del grupo. En los cuarenta años que el canciller Rolin estuvo al frente de Borgoña, multiplicó seis veces su espacio territorial.
Esta obra se guarda en el altar de un hospicio que el mismo Rolin había donado. Cuando el rey Luis XI36 de Francia se enteró que el canciller había donado el dinero para hacer este lugar para albergar, dijo: “Encuentro apropiado que una persona que ha convertido a tantos ciudadanos en pobres, les provea refugio para aquellos que aún viven”.
Van Eyck pone en plano de igualdad al canciller con la Virgen y el niño. Es más, la figura de Rolin es imponente y transmite una sensación de poder mayor que el niño y la frágil jovencita. Rolin parece someterse voluntariamente a los designios celestiales, pero en un plano de igualdad. Era el canciller un hombre enormemente rico, de hecho originalmente se sabe que van Eyck lo pintó sosteniendo una bolsa de dinero que después el artista eliminó por razones que desconocemos.
Entonces los poderosos se mostraban junto a los santos, hoy lo hacen junto a deportistas célebres y rock stars. Algo ha cambiado.