Dra. Sofia Ambrosetto
«Yo me retiraba del consultorio con la tranquilidad del deber cumplido, con esa satisfacción extra que te regala la
medicina y pocas carreras más»
A veces me pregunto cuál fue mi inspiración, o si realmente la tuve cuando elegí mi especialidad… y aun no lo tengo muy en claro. Pero lo que sí recuerdo es cuando supe que no me había equivocado en el camino elegido… Eso sucedió la tarde de otoño que conocí a Isabel…
Isa era por aquel entonces una adolescente de 13 años oriunda de Colombia que había abandonado su país hacía pocos meses para vivir en la Argentina junto a su padre. Su papa, que usaba anteojos, decidió comenzar los controles de salud de su hija, entre ellos el oftalmológico… y un sábado por la tarde nos conocimos… Ella ingreso al consultorio con sus hermosos rizos castaños y unos grandes ojos color miel, que me miraban expectantes. Su padre tenía una actitud impaciente, también me observaba mientras la
secretaria me entregaba la medición del ARM que mostraba una miopía de -3.00 D acompañado de un astigmatismo de 1.00 D en cada ojo.
Al ver esta medición pregunte como era que aún no usaba anteojos, como sería su comportamiento en el colegio, ¿veía? ¿Se sentaba adelante? El papa dijo que era excelente estudiante, y ella mencionó que se sentaba en la mitad del aula… Pedí los anteojos de su padre y efectivamente él también era miope, aunque con una graduación inferior.
Entonces comencé la prueba de su AV sin corrección y la niña no lograba pasar el 3o renglón, con lo cual la cara del padre fue de gran sorpresa cuando vio lo poco que Isabel veía… Comencé entonces a colocar la corrección en el foróptero y la niña empezó a ver cada vez más renglones hasta obtener un 20/20 en cada ojo.
En ese momento conseguí abstraerme de la consulta y ver el panorama general de la sala médica, y fuera del mero cálculo de dioptrías pude ver como se modificaba la expresión en la cara de su papa, las pequeñas manitos ansiosas de la niña moviendo sus dedos unos contra otros, aquellas piernas flaquitas como 2 alfileres que se movían todo el tiempo impacientes de los nervios y el cambio en su postura estando aun sentada, todo eso me demostraba que algo nuevo estaba sucediendo para esa niña.
Cuando destape ambos ojos y ella logro ver con ambos ojos… ¡que gigantesca sonrisa apareció en su rostro! Como hubiera deseado haber tenido una cámara filmando aquel momento, para capturar ese pequeño instante, fue sensacionalmente mágico. La niña tenía un entusiasmo que contagiaba inevitablemente, su papa sonreía al borde de quebrar en llanto al ver a su hija con semejante expresión de alegría, y fue en ese momento que decidí colocar a su papa delante del cartel de Snell, pues posiblemente en ese momento Isabel estuviera viendo por primera vez a su papa con la nitidez adecuada.
Ese momento fue puramente magnifico, ella despertaba a un nuevo mundo y yo me retiraba del consultorio con la tranquilidad del deber cumplido, con esa satisfacción extra que te regala la medicina y pocas carreras más, ya luego de eso ¿qué otra cosa más podía pedir?